Por: Sonaly Tuesta
Es Cerro de Pasco la ciudad más alta del Perú, considerada además la Capital Minera, la Tierra de Machos y no de Muchos. A sus 4 380 metros sobre el nivel del mar no solo el frío inclemente y los conflictos (diversos) son lo importante. Aquí, para aplacar las penas y lograr que la ilusión renazca, cada año se pone en escena el carnaval cerreño. Un carnaval de color y competencia, cuyos protagonistas máximos son el Señor Huayno y la Señora Muliza. La identidad, esquiva a veces, ha quedado a buen recaudo en este festival carnavalesco de por lo menos 133 años de existencia, y que hoy suele convocar a instituciones, clubes y asociaciones culturales aferradas al terruño y a la vida a pesar de todo.
Cerro de Pasco huye del tajo abierto y se reconcilia con la energía carnavalera para cantar y componer, para transmitir sus más profundos sentires a través de un canto testimonial llamado Muliza:
No es la lluvia un castigo Es la que nos da la vida Yo quisiera irme con ella Aunque el tajo lo impida.
La Muliza viene a ser un arma creativa para resistir. Para abrirse paso en medio de la incertidumbre y no sucumbir ante una realidad adversa. Es ella la que recoge en cada verso el amor desgarrado, la ilusión, la nostalgia de estar lejos, la emoción de volver, el dolor de perder calles y monumentos, pues la minería avanza y no se fija en lo que va tragándose a cada paso:
Cada mañana al despertar Pienso que estoy ya en mi tierra Que se encuentra cerca a dios Y se llama Cerro de Pasco.
El poeta César Córdova, creador de mulizas emblemáticas, afirma que este canto nació ingenuo, puro, “pero como encontró su nido, su hábitat, en Cerro de Pasco, se volvió rebelde. Por eso es la bandera de nuestra historia y es el renacer de nuestra esperanza”, refiere. Esperanza de Luis y sus jóvenes alumnos de Cobrizo Minero; de Selene y su gran familia de artistas Los Heraldos de Rockovich. Esperanza de doña Magna, enfundada en el traje de la mujer cerreña y levantando el pañuelo bajo el aguacero que no perdona. Esperanza de Víctor y el Club Carnavalesco Vulcano, el más antiguo de Cerro de Pasco; de Edson y los jovencísimos Japiris derrochando ironía en ese discurso en medio de la plaza, ante un enorme monumento de Daniel Alcides Carrión y un público que vibra, juega y disfruta.
Alfredo Palacios, investigador y escritor, se une a la conversa y sentencia: “Cuando llegan los carnavales, toda desesperanza, toda esta agonía de un año, se transforma en una nueva luz. Yo quiero vivir, no me resigno a morir”. Es entonces que Cerro de Pasco nos arranca el prejuicio y nos regala calidez y fuerza. Y quizá jamás lo hubiéramos imaginado.
LA MULIZA VIENE A SER UN ARMA CREATIVA PARA RESISTIR. PARA ABRIRSE PASO EN MEDIO DE LA INCERTIDUMBRE Y NO SUCUMBIR ANTE UNA REALIDAD ADVERSA
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